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El adolescente de hoy, a pesar de todo lo que hemos podido decir sobre los cambios profundos de nuestra época, es, en el fondo, lo que ha sido siempre como un puro y duro cristal ansioso de recibir el máximo de luz.
Puro, rechaza las hipocresías de los adultos hoy más que antes ya que las ubica con más lucidez. Duro y exigente consigo mismo y con los demás hasta cuando su manera de actuar se opone a sus principios. Ansioso de conocer, recibe demasiado temprano, no sabe separar sus sueños de las realidades en lo que recibe. Lo cuestiona todo sin encontrar nadie que le ayude a descubrir los fundamentos de una razón de vivir que él busca desesperadamente.
Y es con eso que terminaré: sería vano querer preparar al adolescente para vivir en un mundo del que no sabe de ninguna manera lo que será mañana. Lo que sabemos es que será profundamente distinto del nuestro y que los valores de la humanidad no cambiarán, a pesar de las apariencias, ya que están conformes a la naturaleza del hombre tal como lo ha hecho su Creador.
El adolescente de hoy debe ser capaz de conservar, mañana, intacta su capacidad de juicio, y entonces en el presente debe estar ayudado para descubrir y hacer suyos un cierto número de valores.
Debe adquirir la fuerza de carácter necesaria para conservar su ideal cualquieras sean las circunstancias, es decir saber utilizar su libertad por haber aprendido en su juventud a ser responsable.
Más allá de todos los cambios del mundo, estas dos cualidades: juicio y carácter son más que nunca los valores permanentes de la educación.
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